San Marcelino Champagnat
San Marcelino Champagnat nació el 20 de mayo de 1789 en Rosey, Marlhes, Francia. Creció en una familia profundamente religiosa que le inculcó valores de fe, amor al trabajo y dedicación al prójimo. Su madre, María Teresa Chirat, y su tía Luisa, religiosa de la orden de San José, marcaron su vida con su espiritualidad y devoción mariana, mientras que su padre, Juan Bautista Champagnat, le enseñó la importancia de la empatía y el servicio a los demás. Estos valores formarían la base de su misión y visión como fundado
El llamado a la educación
Desde joven, Marcelino mostró una sensibilidad especial hacia las necesidades de los niños y jóvenes. Esto lo motivó a responder al llamado de Dios mediante el sacerdocio. Fue ordenado el 22 de julio de 1816 y destinado a La Valla-en-Gier, donde comenzó a materializar su sueño de transformar vidas a través de la educación.
Marcelino entendía que la educación debía ser accesible y centrada en el amor y la formación integral de las personas. Su contacto cercano con las comunidades rurales le permitió identificar la necesidad de un acompañamiento educativo que no solo formara intelectualmente, sino también en valores cristianos【42】【43】
La fundación del Instituto de los Hermanos Maristas
En 1817, Marcelino Champagnat dio vida a uno de sus sueños más grandes: fundar el Instituto de los Hermanos Maristas de las Escuelas, conocidos cariñosamente como los “Hermanitos de María”. Impulsado por su fe profunda y su amor por los jóvenes, Marcelino visualizó una comunidad de educadores que llevarían la luz de la fe y la educación a las zonas más necesitadas. El Instituto nació con el propósito claro de formar a niños y jóvenes en valores cristianos, especialmente en áreas rurales y desfavorecidas, donde el acceso a la educación era prácticamente inexistente.
Marcelino comenzó esta obra con la colaboración de dos jóvenes comprometidos, Juan María Granjon y Juan Bautista Audras. A pesar de sus limitaciones académicas, estos jóvenes respondieron al llamado de Marcelino con entusiasmo y entrega, demostrando que el verdadero corazón de la educación radica en la dedicación y el amor. Desde los primeros días, Marcelino los formó no solo en los conocimientos básicos necesarios para la enseñanza, sino también en la espiritualidad marista. Les inculcó los valores de la humildad, la sencillez y la presencia constante de Dios, convirtiéndose en un guía paternal y espiritual para ellos.
“Para educar bien a los niños, hay que amarlos, y amar igualmente a todos.”
-San Marcelino Champagnat
Con el tiempo, el Instituto comenzó a crecer. Cada vez más jóvenes se sentían atraídos por el carisma de Marcelino y su visión transformadora. Aunque los recursos eran limitados, la determinación de Marcelino y el compromiso de los primeros Hermanos superaron todos los obstáculos. A través del trabajo arduo y la confianza en la Providencia, los “Hermanitos de María” empezaron a establecer escuelas en otras comunidades rurales, llevando esperanza y oportunidades donde antes no las había.
El trabajo de Marcelino como fundador y formador era incansable. Pasaba horas enseñando, orientando y fortaleciendo la fe de sus Hermanos. Su estilo de liderazgo, basado en el servicio y la empatía, inspiró a muchos. Siempre enfatizaba la importancia de ver a los estudiantes no solo como aprendices, sino como hijos de Dios, dignos de respeto y cuidado. Este enfoque no solo transformó a los Hermanos, sino también a las comunidades a las que servían.
La Buena Madre: Fuente de inspiración
La devoción a la Virgen María, a quien Marcelino llamaba la “Buena Madre”, fue el corazón de su espiritualidad. Para él, María era un modelo de amor incondicional, cercanía y cuidado. Su confianza en su intercesión lo inspiró a transmitir este amor a los Hermanos y a enseñar que la misión educativa debía reflejar el espíritu maternal de María: cercano, tierno y protector
Pilares de fe y misión
La espiritualidad de Marcelino y de los Hermanos Maristas se fundamenta en tres pilares esenciales:
- Presencia de Dios: Vivir con la certeza de que Dios está siempre con nosotros.
- Amor a Jesús y María: Inspirar cada acción en el amor que Cristo y María tienen por la humanidad.
- Sencillez, humildad y modestia: Trabajar con dedicación y amor por los demás, reflejando una vida sencilla y auténtica.
El Hermitage: Un símbolo de fe y dedicación
En 1824, Marcelino construyó el Hermitage, cerca del río Gier. Este lugar se convirtió en el centro espiritual y educativo de la obra marista. Representó no solo un espacio físico, sino también el compromiso y la entrega de Marcelino para ofrecer un entorno seguro y enriquecedor donde los Hermanos pudieran formarse y desarrollar su misión educativa.
Reconocimiento y expansión
El Instituto de los Hermanos Maristas recibió la aprobación de la Santa Sede en 1836, consolidándose como una congregación religiosa autónoma. Este reconocimiento permitió que la misión marista se expandiera a nuevos horizontes, llevando educación y valores a comunidades en todo el mundo.
Un legado vivo
Marcelino Champagnat falleció el 6 de junio de 1840 en el Hermitage. En su testamento espiritual, dejó un mensaje lleno de esperanza: “Sed fieles a vuestra vocación, amadla y perseverad en ella con valentía”. Este legado sigue vivo en más de 80 países, donde Hermanos y laicos trabajan juntos para transformar vidas a través de la educación y el servicio a los más necesitados.
Nuestra misión: educar con amor y formar corazones
San Marcelino Champagnat nos inspira a ver en cada niño y joven una oportunidad para sembrar esperanza y construir un mundo más justo. Su vida es un testimonio de fe y compromiso, recordándonos que el amor, la sencillez y la presencia constante son las herramientas más poderosas para educar y transformar vidas.
Fuentes:
“Fundador del Instituto de los Hermanos Maristas” 【42】.
“El estilo educativo de Marcelino Champagnat” 【43】.
“María en la vida de Marcelino” 【41】.
“Testamento de Marcelino Champagnat” 【39】.
“Marcelino Champagnat, educador” 【40】.